Comenzaremos por desmigajar el pan, si se trata de pan fresco, o por remojarlo, si se trata de pan duro. En este caso, será suficiente con sumergirlo en un poco de agua fría durante algunos minutos (no abuses de la cantidad de agua. Utiliza únicamente la necesaria para que se suavice el pan).
Si las almendras traen la cáscara, necesitaremos pelarlas (considera el peso indicado para las almendras ya peladas).
En una olla pondremos a hervir un poco de agua. Cuando esté caliente, la utilizaremos para escaldar las almendras. Podemos hacerlo directamente en el agua por un par de minutos, o mejor aún, poner las almendras en un colador y bañarlas con unas cuantas cucharadas.
Posteriormente, dejaremos que las almendras se enfríen un poco para poder retirarles la piel. Podemos ayudarnos con la punta de un cuchillo para hacer esta operación.
Ahora vamos a pelar los dientes de ajo, para luego pasarlos por un mortero y triturarlos. También trituraremos a las almendras con ellos, y aprovecharemos para añadir un poco de sal, al gusto (si no tienes mortero y otro utensilio para majar, puedes usar un robot de cocina, directamente. Sin embargo, yo recomiendo la opción tradicional para una mejor consistencia).
Cuando ya estén triturados los ingredientes anteriores, vamos a incorporar el pan, para también majarlo.
Una vez obtenida una pasta a partir de todos los ingredientes majados, comenzaremos a añadir el aceite en hilo. Iremos mezclando a medida que vamos vertiendo el aceite, para ir trabajando la consistencia del ajoblanco.
Pasaremos la mezcla a un robot de cocina o licuadora, é incorporaremos el vinagre y finalmente el agua. Procesa todo hasta obtener la consistencia deseada.
Verifica la sazón del ajoblanco. Si hace falta, corrígela y vuelve a mezclar.