Para comenzar, vamos a pelar la cebolla. Le quitaremos las puntas y la picaremos en trocitos lo más menudos posibles. También puedes usar un robot de cocina, pero procesa la cebolla rápidamente, para que no se te vaya a convertir en una pasta.
También hay que pelar el diente de ajo y picarlo en trocitos menudos, o mejor aún, triturarlo.
Aparte, vamos a abrir la lata de maíz. Colocaremos un bol debajo de un colador, y escurriremos el maíz sobre él, para que el jugo caiga en el recipiente y los granos se queden arriba.
Para continuar, calentaremos un chorrito de aceite en una sartén grande, a fuego bajo.
Cuando el aceite esté caliente, agregaremos la cebolla y el ajo picados. Los cocinaremos durante 8 minutos, revolviendo con frecuencia y vigilando que no se vayan a dorar o tostar. El objetivo es más bien que la cebolla empiece a tornarse transparente.
Pasado este tiempo, incorporaremos los granos a la sartén, y los rehogaremos durante 3 minutos.
Luego, pasaremos todo el contenido de la sartén a una licuadora o robot de cocina. También añadiremos un toque de sal al gusto, un poquito de pimienta, y la leche. Procesa todo hasta obtener una pasta más o menos homogénea, según tu gusto. Si te parece que todavía está muy espesa, puedes aligerarla con un poco del caldo de la lata que has separado previamente.
Prueba la salsa para verificar su sazón, y corrige con más sal o pimienta, si fuera necesario. Vuelve a mezclar.
La salsa de maíz puede consumirse caliente o a temperatura ambiente, dependiendo del plato que vayas a acompañar. Si quieres consumirla caliente, vuelve a colocarla en el sartén durante otros 5 minutos, removiendo con frecuencia, o hasta que alcance la temperatura de tu preferencia. Eso sí, no vayas a dejar que se dore de más. Si se torna demasiado espesa para tu gusto, de nuevo, puedes diluirla con otro poquito del caldo de maíz que habías guardado.