Primero lo primero. ¿Qué tipo de gambas tienes? Si son frescas y enteras debes retirar cabeza, cola y patas, luego pelarlas y después extraerles el hilo negro fino que tienen en su parte inferior, ¡son los intestinos! Finalmente, lava con brevedad en un poco de agua. Si en cambio tienes gambas peladas, solo tendrás que lavarlas y listo. Mientras las dejas reposar en un escurridor, prepara el ajillo.
Corta los ajos en láminas no muy finas, ni muy pequeñas. Rehógalas sobre el aceite bien caliente hasta que comiencen a dorarse ligeramente. Cuidado con, ugh, quemar las láminas, esto le daría un sabor amargo no deseado a este precioso platillo. Ah, y si te gusta el picante, opta por rehogar el ajo con una guindilla picada en trozos medianos también.
Cuando veas los primeros indicios de dore en el ajo, tómalo como la señal esperada de que debes incorporar las gambas. Dóralas con entusiasmo en este aceite. Disfruta tanto como puedas este momento de aroma embelesante, porque solo deberá durar cinco minutos. No más. Si cocinas de más, endurecerás la tierna carne de las gambas.
Añade una pizca de sal, revuelve, y enseguida derrama el vino sobre tus gambas ya teñidas en ajillo. Deja cocer a fuego alto un par de minutos más para que se evapore el alcohol.
El toque final se lo das esparciendo un poco de perejil fresco sobre las gambas.
Si se te antoja, también puedes agregarles un pellizco de pimienta. Revuelve bien y pásalas bien calientes, si es posible hirviendo, a una cazuela de barro. Pero, bah, si no tienes cazuela de barro no pasa nada, lo importante es que las sirvas bien calientes ;)