Para empezar, si los calamares no están en anillos, hay que poner las manos a la obra: a limpiarlos y a cortarlos. Para ahorrarnos el trabajo, lo mejor es pedirlos en anillos de centímetro y medio, o dos centímetros, desde la pescadería.
Opcionalmente, podemos mezclar un poco de aceite con el jugo de un limón, añadir la hoja de laurel y remojar los anillos en este líquido. Si hacemos esto, se impregnarán de este sabor y el aceite ayudará a que se suavicen. Lo ideal (si cuentan con el tiempo) es dejarlos marinando varias decenas de minutos. Hay quienes no los remojan en aceite, sino solamente en el limón.
Con las manos lavadas y bien secas, batiremos los huevos en omelette, en un recipiente, con una pizca de sal, otra de pimienta y la leche.
En un plato plano, esparciremos la harina. Es recomendable quedarse con más harina a la mano, por si llegara a hacernos falta un poco.
Dejaremos el plato de harina y el recipiente con el huevo batido, uno al lado del otro. Luego, calentaremos una buena sartén con un chorro abundante de aceite, a fuego alto.
Tomaremos los anillos de calamar, escurriremos la marinada, y uno por uno, los remojaremos en el huevo batido, los pasaremos por la harina para que se rebocen (por ambos lados), y de allí irán directamente al sartén con el aceite muy caliente.
Dejaremos freír cada anillo de calamar hasta que tome un color dorado. Si la capa de rebozado comienza a separarse de los anillos, esto es señal de que el aceite no está suficientemente caliente.
Al sacar cada anillo de calamar, lo depositaremos sobre un plato cubierto con una hoja de papel absorbente, para retirar el exceso de grasa.
Lo ideal es consumir los calamares rebozados inmediatamente. Al momento de servir, acompaña con más limones cortados en cuartos.